"Estados Unidos ha dado al mundo cuatro cosas: el baseball, la Coca-Cola, Mickey Mouse y Elvis Presley. Y, de las cuatro, solo una es humana".
Aquel eslogan definía muy bien el carácter americano, así como sus métodos para convertir en popular lo más curioso o peculiar de su entorno. Sirvió, entre otras cosas, para entronizar el fenómeno Monkees, un fenómeno netamente americano y que prueba, en primer lugar, el potencial de la industria y de unos medios de publicidad que ellos mejor que nadie supieron manejar con especial habilidad.
Los Monkees no fueron casuales. No tuvieron una etapa de formación, como la tuvieron los Beatles o cientos de grupos ingleses o americanos; ni tuvieron que luchar buscando una editora que les grabara sus discos. Ni siquiera eran músicos, salvo uno de ellos y otro con ligeras nociones de guitarra. Fueron el más gigantesco montaje musical jamás llevado a la práctica; y sus resultados proporcionaron millones, fama, éxito y una docena de hits entre un centenar de buenas canciones compuestas por los más importantes, famosos y profesionales autores de la música estadounidense, entre ellos un por entonces semi-desconocido Neil Diamond, compositor de 'I'm a believer', segundo single de la banda, y del que se vendieron 10 millones de copias, lo cual les hizo ser el grupo más popular de América entre 1966 y 1968. Y a los pocos años de aquello, David Jones, el único inglés del grupo, estaba arruinado.
El mundo de la música suele ser tan brillante y atractivo como cruel; un mundo de cambio, en el que todo pasa y todo queda. Como dijo en cierta ocasión Pete Towbnsend, "un mundo de mentiras y engaños, fascinante y brutal".
El mundo de la música suele ser tan brillante y atractivo como cruel; un mundo de cambio, en el que todo pasa y todo queda. Como dijo en cierta ocasión Pete Towbnsend, "un mundo de mentiras y engaños, fascinante y brutal".