Hoy en día es un tema de rabiosa actualidad todo lo relacionado con la piratería musical, sobre todo por las descargas ilegales de música a través de internet. Pero este no es un tema reciente ni mucho menos.
Los orígenes de los discos piratas provienen de principios de la década de los 70, cuando se grababa de forma ilegal el sonido de un concierto en vivo de un artista, con métodos rudimentarios a veces, y con excelentes equipos otras. Captaban el sonido mediante micrófono, con los consecuentes ruidos, distorsiones y pobreza musical, cosa que importaba poco al comprador, interesado en tener en su poder material genuino de su artista favorito, sobre todo si pasaban dos o tres años sin que publicara nada de estudio, con lo que el interés era mayor.
Así, la piratería se convirtió en todo un negocio. Los discos piratas, en ocasiones enfundados en bellas portadas, algunas bastante logradas, podían adquiririse en los principales mercados musicales del mundo. La ley intentaba perseguir a los infractores, pero era un trabajo inútil. Por otra parte, este mercado propició que los artistas no interpretaran temas inéditos en directo, cosa bastante usual en la época, para impedir que se conocieran antes de su grabación en estudio, a la vez que puso en bandeja la posibiidad de hacer dinero fácil por parte de los intérpretes, aunque nunca se pudo probar.
El disco pirata The great white wonder, de Bob Dylan, se cita como el primer impulsor de este mercado, en 1969, del que se llegaron a vender más de 300.000 copias. Otro caso curioso es el disco publicado en 1977 a partir de una vieja grabación efectuada a The Beatles en 1962 en Hamburgo, pagada por una compañía a su propietario a precio de oro.